domingo, 17 de junio de 2007


Lengua de Angeles

La lengua de ángeles
Élder Jeffrey R. Holland
Extracto Conferencia General Abril 2007

Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad.
El profeta José Smith profundizó nuestro entendimiento del poder de las palabras cuando enseñó: “Todo ser actúa por medio de palabras… cuando obra mediante la fe. Dios dijo: ‘Sea la luz; y fue la luz’. Josué habló, y las grandes luces que Dios había creado se detuvieron. Elías dio una orden, y los cielos permanecieron quietos por el espacio de tres años y seis meses, de modo que no llovió… Todo eso se hizo por medio de la fe… Por tanto, la fe actúa mediante las palabras; y con [las palabras] se han llevado a cabo y se llevarán a cabo sus obras más poderosas”. Como todos los dones “que [vienen] de arriba”, las palabras son “[sagradas], y [deben] expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu”.
A causa de esta comprensión del poder y de la santidad de las palabras deseo hacer una advertencia, si fuese necesaria, en cuanto a la forma en que nos hablamos los unos a los otros y la forma en que nos expresamos sobre nosotros mismos.
Una línea de los textos apócrifos expresa la gravedad de ese asunto mejor que yo; dice así: “Las heridas causadas por azotes quedan en la piel; las heridas causadas por la lengua rompen los huesos”. Con esa desagradable imagen en la mente, me impresionó en forma particular leer en el libro de Santiago que había una manera mediante la que podía ser “varón perfecto”.
Santiago dijo: “Porque todos ofendemos muchas veces. [Pero] si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”.
Siguiendo con la imagen del freno, escribe: “He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
“Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón…”
Entonces Santiago señala: “…la lengua es [también] un miembro pequeño… [Pero] he aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
“…la lengua es un fuego… entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo… y… es inflamada por el infierno.
“Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar… ha sido domada por la naturaleza humana;
“pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
“De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”.
Y bien, ¡ésas son palabras sumamente francas! Obviamente, Santiago no quiere decir que nuestras lenguas sean siempre inicuas, ni que todo lo que digamos esté “[lleno] de veneno mortal”, pero claramente quiere decir que por lo menos algunas de las cosas que decimos pueden ser destructivas, e incluso venenosas, ¡y ésa es una acusación escalofriante para un Santo de los Últimos Días! La voz que expresa un testimonio sincero, que pronuncia fervientes oraciones y que canta los himnos de Sión, puede ser la misma voz que vitupera y critica, que avergüenza y denigra, que ocasiona dolor y destruye el espíritu de uno mismo y con ello, el de los demás. “De una misma boca proceden bendición y maldición”, se lamenta Santiago; “Hermanos [y hermanas] míos”, dice, “esto no debe ser así”.
¿Es esto algo en lo que todos podríamos mejorar aunque sea un poco? ¿Es éste un aspecto en el que todos podríamos esforzarnos por asemejarnos más a un varón o una mujer “perfectos”?
Pablo lo expresó con franqueza, pero con mucha esperanza, al decirnos a todos: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino [sólo] la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios…
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia…
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
En su profundamente conmovedor testimonio final, Nefi nos exhorta a “[seguir] al Hijo [de Dios] con íntegro propósito de corazón”, prometiendo que “después de… [haber] recibido el bautismo de fuego y del Espíritu Santo… [podréis] hablar con una nueva lengua, sí, con la lengua de ángeles… ¿Y cómo podríais hablar con lengua de ángeles sino por el Espíritu Santo? Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por lo que declaran las palabras de Cristo…”. Verdaderamente Cristo fue y es “el Verbo”, según Juan el Amado, lleno de gracia y de verdad, lleno de misericordia y de compasión.
Por tanto, hermanos y hermanas, en esta larga y eterna empresa de ser más como nuestro Salvador, ruego que tratemos de ser ahora hombres y mujeres “perfectos” por lo menos de esta manera: al no ofender en palabra, o dicho de manera más positiva, al hablar con una nueva lengua, la lengua de ángeles. Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad, los tres grandes principios cristianos que el mundo necesita tan desesperadamente hoy día. Con palabras como esas, pronunciadas bajo la influencia del Espíritu, se pueden secar lágrimas, sanar corazones; se pueden edificar vidas, restituir la esperanza y hacer prevalecer la confianza. Ruego que mis palabras, incluso en cuanto a este difícil tema, les den ánimo y no desaliento; que oigan en mi voz que les amo, porque así es; y lo que es más importante, por favor, sepan que su Padre Celestial les ama, así como Su Hijo Unigénito. Cuando Ellos les hablen, y lo harán, no será en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino que será con un silbo apacible y delicado, una voz tierna y bondadosa será con la lengua de ángeles. Que nos regocijemos en la idea de que cuando decimos cosas edificantes y alentadoras al menor de éstos, nuestros hermanos y hermanas y a los pequeños, se las decimos a Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.