PRESIDENTE JAMES E . FAUST
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Cómo enriquecer un matrimonio
Tal vez se pregunten: “¿Qué se hace para enriquecer constantemente un matrimonio?”. Edificamos nuestro matrimonio con amistad, confianza e integridad infinitas, y también al sostenernos mutuamente y cuidar el uno del otro en nuestras dificultades. Adán dijo refiriéndose a Eva: “…Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2:23). Hay unas preguntas sencillas pero importantes que toda persona, ya sea que esté casada o que esté pensando en casarse, debería hacerse con franqueza en su esfuerzo por llegar a ser “una carne”, y son:
Primera: ¿Soy capaz de anteponer mi matrimonio y mi cónyuge a mis propios deseos?
Segunda: ¿Mi dedicación a mi cónyuge está por encima de cualquier otro interés?
Tercera: ¿Es mi cónyuge mi mejor amigo?
Cuarta: ¿Siento respeto por la dignidad de mi cónyuge como persona de valor?
Quinta: ¿Nos peleamos por asuntos de dinero? El dinero en sí no es la causa de la felicidad de una pareja, ni su carencia necesariamente la causa de su infelicidad; sin embargo, pelearse por cuestiones de dinero suele ser un síntoma de egoísmo.
Sexta: ¿Existe entre nosotros un vínculo de santificación espiritual?
Levantemos puentes que enriquezcan
Existen diversos factores clave que contribuyen al enriquecimiento de un matrimonio.
La oración. Una mejor comunicación puede enriquecer nuestro matrimonio y un aspecto importante de esa comunicación es el orar juntos. Eso limará muchas de las asperezas, si las hay, entre la pareja antes de retirarse a dormir. No quiero hacer demasiado hincapié en las diferencias, pero éstas son reales y aportan interés a la vida. Creo que nuestras diferencias son como pequeñas pizcas de sal que dan más sabor a nuestro matrimonio.
Nos comunicamos de miles de maneras: con una sonrisa, un roce del cabello, una caricia. Cada día debemos acordarnos de decir “Te quiero”. El esposo debe decirle a su esposa: “¡Qué hermosa eres!”. Otras palabras importantes que ambos cónyuges deben decirse cuando sea pertinente son: “Lo siento”. El saber escuchar es también una forma excelente de comunicarse.
La confianza. La confianza mutua constituye uno de los factores más valiosos en el matrimonio. Nada hay que devaste más la médula de la confianza mutua, tan necesaria para mantener una relación íntegra, como la infidelidad. El adulterio jamás es justificable. A pesar de esa destructiva experiencia, hay matrimonios que de vez en cuando se salvan y familias que se preservan. Para que eso suceda, es
necesario que la parte ofendida sea capaz de brindar una cantidad infinita de amor que le permita perdonar y olvidar.
Requiere que el ofensor desee desesperadamente lograr el arrepentimiento y abandonar el pecado.
Nuestra lealtad hacia el compañero eterno no debe ser solamente física sino también mental y espiritual. Puesto que después del matrimonio no existen coqueteos inofensivos ni hay lugar para los celos, es mejor evitar toda especie de mal”, rechazando todo contacto cuestionable con cualquier persona que no sea nuestro cónyuge.
La virtud. La virtud es el poderoso elemento que une a la pareja. El Señor dijo: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22).
La presencia divina. De todo aquello que puede bendecir al matrimonio, existe un ingrediente especial, uno que lo enriquece y que permitirá, más que ningún otro, que un hombre y una mujer permanezcan unidos en un sentido muy real, espiritual y sagrado: la presencia divina. Shakespeare dijo por boca de la reina Isabel en Enrique V: “Dios, el Hacedor de todos los matrimonios, combine vuestros corazones en uno’’ (acto V, escena II, líneas 67–68). Dios es también el mejor custodio de todo matrimonio.
Muchos son los factores que enriquecen el matrimonio, aunque algunos parecerían no tener la misma importancia que otros.
Gozar de la compañía de la divina presencia y disfrutar de sus frutos constituye la esencia de una gran felicidad matrimonial. La unidad espiritual es el ancla, pero los pequeños problemas que se presenten
relativos al aspecto espiritual del matrimonio a menudo pueden ser la causa de que éste fracase.
Creo que aumenta el número de divorcios porque en muchos casos la unión carece de la bendición santificadora que es fruto de la observancia de los mandamientos de Dios. La relación matrimonial puede
morir a causa de la falta de alimento espiritual.
El diezmo. Tras casi veinte años de servicio como obispo y como presidente de estaca, aprendí que el pago del diezmo es un excelente seguro contra el divorcio. El pago del diezmo parece contribuir a mantener recargada la batería espiritual para que podamos perseverar aun en las épocas en que el generador
espiritual no funcione.
No existe una música grandiosa ni majestuosa que produzca constantemente la armonía de un gran amor; la música más perfecta es la amalgama de dos voces en una sola canción espiritual. El matrimonio es el medio provisto por Dios para el cumplimiento de las más grandes necesidades humanas, y se basa en el respeto mutuo, la madurez, el desinterés, la decencia, la dedicación y la honradez. La felicidad que produce el matrimonio y el ser padres excede mil veces cualquier otro tipo de felicidad.
Ser padres. Cuando los cónyuges se convierten en padres, el alma del matrimonio se ve grandemente ennoblecida y el proceso de desarrollo espiritual cobra una fortaleza inmensa. Para las parejas que pueden tener hijos, el ser padres es la fuente de la mayor de las felicidades. Los hombres se conviertan en mejores personas porque al ser padres deben cuidar de sus familias; las mujeres alcanzan su plenitud porque al ser madres deben olvidarse de sí mismas. Todos comprendemos mejor el pleno significado
del amor cuando nos convertimos en padres; sin embargo, si los hijos no vienen, las parejas que estarían igualmente preparadas para recibirlos con amor serán honradas y bendecidas por el Señor de acuerdo con su fidelidad. De todos los santuarios de este mundo, nuestro hogar debe ser uno de los más sagrados.
En el proceso de enriquecer el matrimonio, las cosas pequeñas son las realmente importantes. Debe haber un aprecio mutuo constante y una demostración atenta de gratitud. Para que haya progreso, la pareja debe alentarse y ayudarse mutuamente. El matrimonio es una empresa conjunta en busca del bien, de la belleza y de todo lo divino.
El Salvador ha dicho: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Ruego que la presencia de Dios enriquezca y bendiga a todos los matrimonios y los hogares, en especial a los de Sus santos, como parte de Su plan eterno.
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Cómo enriquecer un matrimonio
Tal vez se pregunten: “¿Qué se hace para enriquecer constantemente un matrimonio?”. Edificamos nuestro matrimonio con amistad, confianza e integridad infinitas, y también al sostenernos mutuamente y cuidar el uno del otro en nuestras dificultades. Adán dijo refiriéndose a Eva: “…Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2:23). Hay unas preguntas sencillas pero importantes que toda persona, ya sea que esté casada o que esté pensando en casarse, debería hacerse con franqueza en su esfuerzo por llegar a ser “una carne”, y son:
Primera: ¿Soy capaz de anteponer mi matrimonio y mi cónyuge a mis propios deseos?
Segunda: ¿Mi dedicación a mi cónyuge está por encima de cualquier otro interés?
Tercera: ¿Es mi cónyuge mi mejor amigo?
Cuarta: ¿Siento respeto por la dignidad de mi cónyuge como persona de valor?
Quinta: ¿Nos peleamos por asuntos de dinero? El dinero en sí no es la causa de la felicidad de una pareja, ni su carencia necesariamente la causa de su infelicidad; sin embargo, pelearse por cuestiones de dinero suele ser un síntoma de egoísmo.
Sexta: ¿Existe entre nosotros un vínculo de santificación espiritual?
Levantemos puentes que enriquezcan
Existen diversos factores clave que contribuyen al enriquecimiento de un matrimonio.
La oración. Una mejor comunicación puede enriquecer nuestro matrimonio y un aspecto importante de esa comunicación es el orar juntos. Eso limará muchas de las asperezas, si las hay, entre la pareja antes de retirarse a dormir. No quiero hacer demasiado hincapié en las diferencias, pero éstas son reales y aportan interés a la vida. Creo que nuestras diferencias son como pequeñas pizcas de sal que dan más sabor a nuestro matrimonio.
Nos comunicamos de miles de maneras: con una sonrisa, un roce del cabello, una caricia. Cada día debemos acordarnos de decir “Te quiero”. El esposo debe decirle a su esposa: “¡Qué hermosa eres!”. Otras palabras importantes que ambos cónyuges deben decirse cuando sea pertinente son: “Lo siento”. El saber escuchar es también una forma excelente de comunicarse.
La confianza. La confianza mutua constituye uno de los factores más valiosos en el matrimonio. Nada hay que devaste más la médula de la confianza mutua, tan necesaria para mantener una relación íntegra, como la infidelidad. El adulterio jamás es justificable. A pesar de esa destructiva experiencia, hay matrimonios que de vez en cuando se salvan y familias que se preservan. Para que eso suceda, es
necesario que la parte ofendida sea capaz de brindar una cantidad infinita de amor que le permita perdonar y olvidar.
Requiere que el ofensor desee desesperadamente lograr el arrepentimiento y abandonar el pecado.
Nuestra lealtad hacia el compañero eterno no debe ser solamente física sino también mental y espiritual. Puesto que después del matrimonio no existen coqueteos inofensivos ni hay lugar para los celos, es mejor evitar toda especie de mal”, rechazando todo contacto cuestionable con cualquier persona que no sea nuestro cónyuge.
La virtud. La virtud es el poderoso elemento que une a la pareja. El Señor dijo: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22).
La presencia divina. De todo aquello que puede bendecir al matrimonio, existe un ingrediente especial, uno que lo enriquece y que permitirá, más que ningún otro, que un hombre y una mujer permanezcan unidos en un sentido muy real, espiritual y sagrado: la presencia divina. Shakespeare dijo por boca de la reina Isabel en Enrique V: “Dios, el Hacedor de todos los matrimonios, combine vuestros corazones en uno’’ (acto V, escena II, líneas 67–68). Dios es también el mejor custodio de todo matrimonio.
Muchos son los factores que enriquecen el matrimonio, aunque algunos parecerían no tener la misma importancia que otros.
Gozar de la compañía de la divina presencia y disfrutar de sus frutos constituye la esencia de una gran felicidad matrimonial. La unidad espiritual es el ancla, pero los pequeños problemas que se presenten
relativos al aspecto espiritual del matrimonio a menudo pueden ser la causa de que éste fracase.
Creo que aumenta el número de divorcios porque en muchos casos la unión carece de la bendición santificadora que es fruto de la observancia de los mandamientos de Dios. La relación matrimonial puede
morir a causa de la falta de alimento espiritual.
El diezmo. Tras casi veinte años de servicio como obispo y como presidente de estaca, aprendí que el pago del diezmo es un excelente seguro contra el divorcio. El pago del diezmo parece contribuir a mantener recargada la batería espiritual para que podamos perseverar aun en las épocas en que el generador
espiritual no funcione.
No existe una música grandiosa ni majestuosa que produzca constantemente la armonía de un gran amor; la música más perfecta es la amalgama de dos voces en una sola canción espiritual. El matrimonio es el medio provisto por Dios para el cumplimiento de las más grandes necesidades humanas, y se basa en el respeto mutuo, la madurez, el desinterés, la decencia, la dedicación y la honradez. La felicidad que produce el matrimonio y el ser padres excede mil veces cualquier otro tipo de felicidad.
Ser padres. Cuando los cónyuges se convierten en padres, el alma del matrimonio se ve grandemente ennoblecida y el proceso de desarrollo espiritual cobra una fortaleza inmensa. Para las parejas que pueden tener hijos, el ser padres es la fuente de la mayor de las felicidades. Los hombres se conviertan en mejores personas porque al ser padres deben cuidar de sus familias; las mujeres alcanzan su plenitud porque al ser madres deben olvidarse de sí mismas. Todos comprendemos mejor el pleno significado
del amor cuando nos convertimos en padres; sin embargo, si los hijos no vienen, las parejas que estarían igualmente preparadas para recibirlos con amor serán honradas y bendecidas por el Señor de acuerdo con su fidelidad. De todos los santuarios de este mundo, nuestro hogar debe ser uno de los más sagrados.
En el proceso de enriquecer el matrimonio, las cosas pequeñas son las realmente importantes. Debe haber un aprecio mutuo constante y una demostración atenta de gratitud. Para que haya progreso, la pareja debe alentarse y ayudarse mutuamente. El matrimonio es una empresa conjunta en busca del bien, de la belleza y de todo lo divino.
El Salvador ha dicho: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Ruego que la presencia de Dios enriquezca y bendiga a todos los matrimonios y los hogares, en especial a los de Sus santos, como parte de Su plan eterno.
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